SEP 242017 No puede haber mejor causa, libre de sospechas sobre el origen de la necesidad, autentica en el sufrimiento, del que cada mexicano toma una parte, y catártica frente a la caída de la credibilidades que sumían a los mexicanos en el escepticismo y la desconfianza. Cómo no creer en el dolor, en el miedo y en el heroísmo colectivo, protagonizado por quienes jamás buscarían ser protagónicos ante una tragedia nunca deseada. Al paso de los días y de los hechos ha quedado claro que se puede desconfiar de algunas instituciones, no de todas, de algunos políticos, de algunas personas, pero no de la pasión desbordada de mexicanos que desinteresadamente tienden la mano para atenuar el dolor y reconstruir a México; ha quedado claro que los reduccionismos y los maniqueísmos son demasiado cortos para explicar la grandeza moral de este país que ha emergido de la catástrofe. La energía social que se ha liberado se traducirá, como ya ocurrió en 1985, en fuerza social movilizada y en modificación de la conciencia social y política. La participación ciudadana en el replanteamiento del funcionamiento de las instituciones es, de entrada, uno de los puntos centrales de la agenda post sismos. La eficiencia y transparencia en su actuación serán juzgados de cara a las respuestas dadas ante cada minuto de la tragedia. Temas novedosos, que se habían introducido en el sistema político mexicano, como la reelección, habrán a ser revalorados por la ciudadanía, que podrá en muchos casos, mirarla como una decisión afrentosa de cara a las ineficacias demostradas frente a la tragedia, en la misma perspectiva como se está dando el cuestionamiento al financiamiento de los partidos políticos en contraste con las necesidades que enfrentan los mexicanos víctimas de la tragedia. El desbordamiento de la generosidad no viene sólo es también el desbordamiento en la crítica social. Los sismos no han derrumbado sólo casas y edificios y se han llevado vidas, también han derribado credibilidades de toda naturaleza y se han llevado carreras políticas de todo el espectro de la partidocracia e incluso de los movimientos sociales y de organizaciones no gubernamentales. Todo lo que tenía que funcionar para bien de la sociedad y que no lo hizo pagará el precio de sus omisiones y simulaciones. La reconstrucción de la credibilidad ahora tiene un parámetro bastante claro y práctico: la entrega desinteresada de los mexicanos de a pie. Si el mundo de la clase política no entiende esto, debe considerarse absolutamente rebasada. Si los ciudadanos pudieron y se desbordaron de solidaridad, fraternidad y entrega, lo menos que ellos pueden exigir desde este ejemplo, es una conducta semejante o mayor a quienes pretenden liderazgos políticos, a quienes buscan conducir las instituciones de la república. Los sismos han funcionado como un gigantesco despertador. Han despertado los mejores valores de los mexicanos, los que son y serán el sustento de la crítica aguda de los vicios de la vida política nacional. Si la caída de las incredulidades ha tocado fondo cuando los mexicanos se encontraron con lo mejor de sus valores hay esperanza de que la construcción de las nuevas credibilidades se edifiquen desde abajo con la acción comprometida, con acciones ejemplares que deben tocar a todas las instituciones, sacudiéndolas, depurándolas, renovándolas. México se ha desbordado, esa generosidad, no me cabe duda, tocará las rutas del cambio que al país le urgen y que tanto se han reclamado y que tanto se han pospuesto. La energía de los sismos convertida en energía social desbordada es lo que estamos presenciando ahora. ¡Que sea para bien de todos! |