La impunidad es la madre de todos los crímenes

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OCT
20
2014
Mateo Calvillo Paz Morelia, Mich. He pasado casi una semana en Guerrero, he compartido puntos de vista con actores sociales importantes de ese estado. He sentido que no se confía en las autoridades, la gente siente, y un miedo larvado.

Hay personas que quebrantan la ley impunemente. Hay grupos que lo vienen haciendo de años atrás y no pasa nada. Es el reino de la impunidad. En ese vacío de la ley, alguien tiene que hacer justicia y lo hace por su propia mano con las consecuencias graves, de alcance imprevisible que estamos viviendo.
La raíz principal de esta situación es la autoridad que no ha hecho cumplir la ley, no persigue ni castiga el delito. Los servidores públicos son los primeros responsables de la situación desgraciada de sufrimiento y zozobra que sufrimos.

Hace tiempo la gente tiene la impresión de que no se aplica la ley, "hasta sus últimas consecuencias" como lo afirma pomposamente la retórica oficial. Lo proclaman pero no lo hacen.
La ley se manipula y no se respeta como valor absoluto, se aplica según conveniencia. Esto no lo entienden quienes niegan los valores morales y caen en el relativismo moral.
La gente siente que hay privilegiados a quienes no se aplica la ley: los compadres, los colegas del mismo instituto político, los hombres del poder político o financiero.

En este estado sin ley, algunas declaraciones pretenden ser noticia: se aplicará el peso de la ley, tope donde tope. ¿No es éste el deber de quienes juraron cumplir y hacer cumplir la constitución? ¿No están reconociendo implícitamente que no están cumpliendo un deber fundamental, sin excepciones, no están reconociendo un estado sin ley?

La patria ideal, armoniosa se construye con la ley. Sin la ley, hacemos de la humanidad una jungla y del cosmos un caos. Sin valores absolutos se derrumban los países ricos, progresistas.
La ley encuentra su lugar en el edificio de valores universales. Para quienes tienen la fortuna de tener una fe, la pieza clave del cosmos, es Dios. El sostiene el universo, es su fundamento inconmovible, apoyo de transparencia y sabiduría.
Sus leyes no fallan ni cambian, son inmutables, tienen un valor metafísico, más aún divino.

El sabio que escribió el Salmo 119, percibe la solidez inconmovible, la transparencia y hermosura, el valor precioso de la ley: "dichosos aquéllos cuya conducta es íntegra y que siguen la ley del Señor".
Hay que amar la ley y buscarla con ardor: "en mi corazón conservo tus órdenes?. He encontrado la alegría en seguir tus edictos?."
El que se aparta de la ley no quedará sin castigo. "Tú has amenazado a esos malditos orgullosos que se alejan de tus mandamientos".
Todos tenemos necesidad de convertirnos y de suplicar con humildad: inclina mi corazón hacia tu ley y no hacia mis intereses egoístas y mezquinos.

Hemos llegado a este estado fallido, de violencia y perversidad, de traiciones al sagrado deber de velar por el orden y el bien común, de alianzas nefastas entre los poderes constituidos y los poderes fácticos, porque hemos abandonado la ley.
¿Quién gana? Nadie, ni quienes tuercen la ley y la ignoran por estar "clavados" en sus intereses de poder o dinero.
Se da rienda a las pasiones absurdas, arbitrarias, irracionales, agazapadas en el ser humano.
El pueblo vive azorado porque siente que los demonios de barbarie y muerte andan sueltos asesinando, torturando las almas y los cuerpos, provocando la desconfianza, la hambruna, la enfermedad.
Los hombres dejan de amar y se dejan arrastrar a todos los excesos por el odio, el deseo de venganza.
La crueldad desborda todos los límites porque, sin la ley, los hombres no tienen conciencia ni sensibilidad humana, son increíblemente brutales.

El hombre conoce su perversión, sabe que ha abandonado sus valores, pero lo niega y se quiere hacer pasar por bueno. Los jefes pierden el valor de la verdad, y engañan. Pretenden guiarse por el amor puro a la ley, sin componendas. Son buenos gobernantes, aplican la ley sólo en el discurso, no en la realidad.
El pueblo democrático percibe la mentira y, en su interior, sonríe con escepticismo.

Urge la reforma moral, que los jefes se conviertan, tengan principios, apliquen la ley, que los actores políticos dejen de buscar sus intereses bastardos y busquen los intereses de las multitudes, empezando por los pobres y humildes. Esa es su misión, su identidad de servidor.
Urge atender las expectativas de la gente, el grito de los humildes que claman justicia, como el de la señora que buscó a su hijo, aquél policía federal desaparecido en Michoacán y que pidió ser velada frente a un edificio del gobierno.
De otra manera, seguiremos en el despeñadero sin tocar fondo. Hay que pedir a gritos la reforma moral.





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