El agua que se va.

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SEP
02
2024
Julio Santoyo Morelia, Mich. Es tan líquida que se nos escapa entre los dedos de las manos; es tan frágil que con el poco calor se nos diluye en el aire; es tan esencial que de ella provenimos y de ella vivimos; y, es tan valiosa que vale lo que nuestra vida pueda valer.
Se sabe que los agustinos y los franciscanos para dar con los pueblos prehispánicos en su misión de evangelizarlos siguieron los cauces de los ríos para encontrarles. No era ningún misterio deducir que en las cercanías de ríos y lagunas habrían de encontrar pobladores.
Por donde quiera que se quiera mirar el agua es el motor de la humanidad y por esa razón cimiento de nuestra civilización. Es alimento primordial, de ella depende la producción de alimentos, la ganadería no sería nada con su ausencia, nuestras mascotas huirían de nuestras casas si les faltara, la industria se paralizaría sin ella, escaseando y faltando nuestra espiritualidad flaquearía y hasta la paz social se quebraría en la medida de su escases.
Una ciudad, un pueblo, un caserío con agua tienen más ventajas de sobrevivencia, bienestar y expansión que otros que la carecen. El diseño de las ciudades tiene como factor determinante el acceso al agua y de ella depende su futuro.
El crecimiento de la población y la expansión vertiginosa de las actividades productivas, entre ellas de manera destacada la producción de alimentos, sin que se hayan previsto acciones para contener y revertir el daño a los componentes físicos que participan en el ciclo del agua, nos han llevado a situaciones límite y hasta el rebasamiento de la disponibilidad de ella.
Hasta ahora hemos visto al agua como esa obligación que tiene la naturaleza de otorgárnosla para satisfacer las necesidades de nuestra especie, pero muy pocos se han detenido a observar que los componentes del ciclo a través del cual se genera están siendo dañados en detrimento de su regularidad por nosotros.
El deterioro de los componentes del ciclo del agua es lineal y progresivo y, sin embargo, las políticas y recursos que los gobiernos de las naciones ponen en operación son limitados e insuficientes. Mientras que las políticas y recursos avanzan a paso de tortuga las acciones de deterioro corren como caballo desbocado.
El deterioro es tan arrasador que los informes que anualmente se generan por organismos internacionales atentos a la problemática del agua están impregnados de expresiones de preocupación y sus balances suelen apuntar hacia la derrota. Son escasos y en magnitudes pequeñas los casos de zonas pobladas del planeta en donde se desarrollan acciones exitosas para la conservación de cuerpos de agua y se aplican recomendaciones para que sus economías sean sostenibles. En la mayor parte del planeta las cosas van mal y empeorando. El cambio climático se deriva de estos fenómenos que han escapado al control de la sensatez humana.
Ahora mismo los gobiernos y cierta opinión pública están convencidos de que la generosidad de las lluvias en curso ha dado por culminadas las sequías previas. Se han echado a volar las campanas con el porcentaje optimista de recuperación del sistema de presas, por el volumen de precipitaciones y por el pronóstico alentador de lluvias para octubre y noviembre.
Se olvidan de factores como el cambio de uso de suelo, el crecimiento de los cultivos aguacateros y de frutillas, la contaminación de causes, lagunas y represas, la inexistencia de infraestructura hídrica pública, el uso desmedido por la industria y el monumental desperdicio por fugas en todos los sistemas de distribución, que seguirán ahí configurando riesgos inminentes tan pronto culmine la temporada de lluvias.
Por ahora tenemos lluvias generosas, los causes de los ríos muestran feroces caudales, sin embargo, no queremos darnos cuenta de que toda esa agua sigue caminando hacia el mar. Las ciudades y municipios que no poseen sistemas de almacenamiento público para prever el consumo humano, agrícola e industrial, solo mirarán pasar el agua, de la misma manera en que mirarán cómo la próxima sequía evaporará los escasos caudales que escapan a los sistemas privados de apropiación instalados por huerteros en tierras altas y por frutilleros en los pequeños valles.
La manera en cómo se administra el agua y las prácticas relativas a la conservación de los factores físicos del ciclo: bosques, manantiales, ecosistemas, deberían transformarse. El paradigma de poner en el centro el exclusivo interés de los humanos y sobre todo el interés productivo ya está dejando de ser viable. Romper los equilibrios nos está llevando a situaciones críticas.
No puede haber una política sobre el agua si esta no incorpora la cuestión de los bosques y sus ecosistemas, la protección de los ríos, arroyos, y el impacto en ella del cambio de uso de suelo, los usos desmedidos y la contaminación.
Si no corregimos a tiempo el agua seguirá yéndose y escaseando. Seguiremos confirmando para nuestro desconsuelo que el agua tiene distinto valor en mayo que en agosto y que la paz social se seguirá quebrando en la medida que el agua falte.

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