NOV 022015 Los michoacanos, especialmente los de la zona lacustre, se reunieron para hacer comunión con el pasado, mediante la celebración de la noche de muertos, fecha que ancestralmente se conmemora en esta tierra. Familias completas y en algunos casos hombres y mujeres solitarias acudieron al cementerio, no a llorar ni a lamentar un pérdida, solo a disfrutar de una cena con las ánimas de sus antepasado, pero de gala, con flores, velas y platillos que compartieron en este plano de la existencia. Los cementerios se llenaban de luz. En Tzintzuntzan. Como cada año las flamas de los sirios y velas era visible desde la zona arqueológica, un antiguo centro espiritual, desde el cual se observaba como el campo santo se llenaba de vida. Desde esa distancia, también los caminos se convirtieron en ríos de luz, por los visitantes que acudieron de distintas ciudades y desde más allá de las fronteras de este país, para observar la tradición. La tierra purépecha se inundó de los murmullos de los rezos de los fieles, los juegos de los niños entre las flores y las lápidas, lenguas extranjeras, música y chistes entre familiares. Una fiesta. Una noche en que los muertos no espantan, traer recuerdos. Los adultos comparten esta tradición con los más pequeños y los altares, algunos, muestran la aportación de las nuevas generaciones. Ya no es solo pan de muertos, frutas, flores, veladoras y fotografías las que se observa sobre las tumbas, también recuerdos de lo que cada persona disfrutó en vida, como una buena bebida. Este año como cada año, los michoacanos acudieron a la cita con el recuerdo, con la esperanza de que dentro de muchos años, sus hijos y los hijos de estos hagan lo mismo. |