ABR 122012 En las décadas de los 60 y 70, el descubrimiento de medicamentos para estas enfermedades permitió a los psiquiatras replantearlas como condiciones biológicas, nada distintas del cáncer o de las enfermedades del corazón. Los padres fueron absueltos totalmente de las enfermedades mentales de sus hijos, salvo en la medida en que les transmitieron genes malos que causaron el desequilibrio químico en el cerebro. Los mitos inevitablemente sobreviven, a pesar de que han sido refutados científicamente. Tal es el caso de la fantasía de que las enfermedades mentales se deben únicamente a los genes y a los químicos. A lo largo de la última década, una cadena de descubrimientos científicos ha demostrado que la biología que lleva a una enfermedad mental tiene tanto que ver con el ambiente como con los químicos y la herencia genética. Y cada vez más, parece que el factor ambiental más poderoso es el amor -o la falta de éste- que los niños reciben de sus padres. Así que de una manera muy real, los padres de nuevo somos responsables del bienestar emocional de los hijos. Un estudio reciente en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos muestra cómo el cuidado de los padres puede literalmente cambiar el cerebro de los niños. Investigadores de la Universidad de Washington reclutaron a 92 niños de 6 meses a 6 años de edad. Llevaron a los niños y a sus padres a un laboratorio y los grabaron en video mientras los padres, en su mayoría madres, trataban de ayudar a los niños a lidiar con una tarea medianamente estresante que fue diseñada para aproximarse al estrés de criar a los hijos todos los días. Clasificaron la habilidad de los padres para criar a sus hijos. Algunos años después, con una resonancia magnética (MRI), midieron a los niños el tamaño de un área del cerebro llamada hipocampo. Los investigadores encontraron que los niños con madres cariñosas y mejores en términos de crianza (calculado con base en su comportamiento durante el estrés del laboratorio) tenían hipocampos más grandes (es plural porque tenemos uno en cada lado del cerebro) que los niños con madres que eran promedio o malas en términos de crianza. ¿Por qué es importante este descubrimiento? Porque más que en cualquier otro lugar del cerebro, cuando se trata del hipocampo, el tamaño importa. Tener hipocampos pequeños incrementa el riesgo de todo tipo de problemas, desde la depresión y el estrés postraumático hasta la enfermedad de Alzheimer. Si tienes depresión, el tener hipocampos pequeños predice que no responderás tan bien a los antidepresivos como las personas que tienen hipocampos grandes. Tener hipocampos pequeños aumenta el riesgo de todo tipo de enfermedades mentales. A su vez, todas las cosas de nuestra vida que nos ponen en estrés y tensión también reducen el tamaño del hipocampo. Esto es tan cierto para el consumo del tabaco como para la exposición al abuso o a la negligencia paterna durante la niñez. Además de protegernos de las enfermedades del cerebro, necesitamos hipocampos grandes porque esta área del cerebro, aunque no es más grande que tu dedo meñique, juega un rol desproporcionadamente grande en cómo serás capaz de manejar el estrés y la tensión en tu vida, y cómo recordarás tu vida cuando todo esté dicho y hecho. Esto, debido a que el hipocampo es crucial para nuestra habilidad de formar y almacenar memorias personales. También es de vital importancia para limitar el estrés y las respuestas inflamatorias en el cuerpo, las cuales pueden provocar un daño significativo en los órganos, incluyendo al cerebro, si no se controlan. El hallazgo de que las madres especialmente buenas en términos de crianza pueden literalmente hacer crecer los hipocampos de sus hijos no es aislado. Es consistente con cientos de estudios en animales que muestran que la crianza materna tiene efectos biológicos relevantes en la salud física y emocional. Un estudio realizado hace algunos años en roedores muestra que la crianza materna (medida como la cantidad de lamidas que las crías recibían de sus madres) cambiaba literalmente la forma en que el ADN de las crías se expresaba en el hipocampo. Como resultado de estos cambios, las crías que recibían lamidas extra presentaban cambios en sus sistemas de estrés que habían sido asociados repetidamente con el bienestar en los humanos. Pero el amor maternal no es todopoderoso, ni inhibe el efecto de los genes y los químicos. La asociación de la crianza con el subsecuente tamaño del hipocampo fue observada sólo en niños sin depresión. En niños con signos de una depresión temprana significativa, la crianza maternal no tuvo asociación con el volumen subsecuente del hipocampo en el laboratorio. ¿Por qué? Nadie lo sabe, pero puede sugerir que al menos algunos casos de depresión mayor son en su mayoría genéticos o "conectados" desde una edad temprana, y por lo tanto son bastante resistentes a los factores positivos del ambiente. Mientras tanto, una generación llena de padres cariñosos podría cambiar el cerebro de la siguiente generación, y con eso, al mundo. |