JUN 302025 La propuesta que hoy urge no es cosmética, sino paradigmática: necesitamos un nuevo pacto de seguridad democrática. Un acuerdo que rompa con la lógica del miedo, la militarización y la desconfianza; y que apueste por la construcción de paz desde abajo, desde lo comunitario y lo cotidiano. Este pacto debe estar sostenido sobre cinco pilares que ya no son opción, sino necesidad. Primero, interrumpir el ciclo de la violencia implica dejar de reaccionar solamente ante la emergencia y comenzar a prevenir estructuralmente. Esto significa invertir en políticas públicas que reconozcan el origen multicausal del delito: la desigualdad, la marginación, la exclusión. Aquí entra con fuerza el enfoque de intervenciones híper-locales pues la violencia no se manifiesta igual siquiera en dos barrios de la misma ciudad. Segundo, debemos redefinir qué entendemos por justicia. La justicia restaurativa, más que una alternativa, debe ser el nuevo centro. En un país donde el 95% de los delitos no se resuelven, pensar solo en castigo es renunciar a la posibilidad de sanar. Restaurar el daño, dialogar con las víctimas, hacer que el infractor comprenda y repare: eso también es justicia, y es quizás hoy, la más efectiva para prevenir reincidencias. Tercero, es urgente repensar el papel de las instituciones policiales. La supervisión y la rendición de cuentas no son enemigos de la policía, son su legitimación. Necesitamos cuerpos policiales con arraigo comunitario, con capacidad para escuchar y mediar conflictos, pero también con estándares éticos y controles internos claros. Si la policía no está al servicio del ciudadano, entonces está al margen del pacto democrático. Cuarto, esto no será posible sin compromiso político de largo plazo. La seguridad no puede seguir dependiendo del calendario electoral ni de los vaivenes de la coyuntura. La paz requiere continuidad, madurez institucional y una visión que trascienda los trienios. Lo restaurativo, lo comunitario y lo preventivo toman tiempo. Pero es tiempo bien invertido. Quinto, redefinir la seguridad implica repensarla en términos de comunidad. No es una frase idealista: es una nueva lógica. Cuando una comunidad tiene objetivos comunes, redes vecinales fuertes, acceso a servicios, oportunidades para jóvenes y canales de diálogo efectivos, es más segura que cualquier lugar con más patrullas pero menos cohesión social. La tentación siempre será volver a las viejas recetas. Pero hay otra ruta posible: la de la seguridad democrática, que entiende que no se trata solo de controlar el delito, sino de construir condiciones de vida digna con metas comunes. Ahí está el verdadero cambio cultural: en pasar de la seguridad como control a la seguridad como confianza. No es una utopía: ya hay ciudades que han empezado a recorrer ese camino. Falta consolidarlo con visión, método y voluntad política. La paz no se decreta, se construye. Y se construye, sobre todo, en y desde la comunidad. |