DIC 092024 Uno de los principales problemas que enfrenta toda metrópoli es, sin duda, la movilidad de sus habitantes, y Morelia no es la excepción. Desde los que se transportan en vehículos propios hasta aquellas personas que tienen la necesidad de utilizar el transporte público, todos pasan por el mismo calvario diariamente: la congestión vial. Y es que al igual que cualquier otro problema social, durante muchas décadas, las autoridades siempre han intentado encontrar justificaciones banales para no resolver este viejo problema de fondo. Basta recordar a las administraciones estatales de finales de los años noventa, cuando los problemas de movilidad de la capital michoacana le eran atribuidas al trazo arquitectónico colonial de la ciudad, cuyas calles estrechas -según se afirmaba- impedían desarrollar proyectos viales ágiles como en las grandes ciudades; o en otros casos, la falta de solución de fondo a los problemas de movilidad vial se disimulaba mediáticamente culpando al tren y su constante paso por puntos importantes de la ciudad. En realidad, el problema siempre fue más complejo, pero siempre estuvo a la vista de todos: los cotos de poder que representaban las organizaciones de transportistas, las cuales impedían dar un paso hacia el transporte colectivo. Es de todos conocido que, en Michoacán, las uniones de transportistas locales lograron consolidar un coto de poder fuertísimo que se asentó sobre la figura de las concesiones de transporte público, las cuales constituyeron un botín económico para cientos de políticos que desfilaron por distintas administraciones públicas, por lo que no era conveniente siquiera pensar en una alternativa de transporte colectivo, pues ello implicaría la extinción de una fuente de ingresos millonaria para los contados concesionarios de la entidad. Así, la ciudad creció y el problema no se resolvió, por el contrario, se fue acrecentando, a grado tal que hoy en día, ante la explosión demográfica que en forma acelerada vivió Morelia en las últimas dos décadas, ha generado que miles de morelianos pasen aproximadamente tres horas de su vida diaria en el transporte público, tal como ocurre en la Ciudad de México y su área metropolitana. Y lo que es peor, la falta de rutas de transporte directas y bien distribuidas a lo largo de la ciudad orilla a muchos morelianos a que tengan que gastar hasta la mitad de su ingreso diario en pagar los servicios de un transporte público de mala calidad, cuyas unidades son atiborradas de pasajeros, precisamente, para aumentar las ganancias de algunos pocos. Por eso, la actual administración estatal apostó por avanzar hacia la construcción de una nueva modalidad de transporte colectivo que supere los parámetros convencionales de la "combi" y el "camión" de pasajeros tradicional, aun cuando ello, seguramente, le traerá un costo político que deberá asumir al haber tocado un gremio que, hasta hace poco tiempo, parecía intocable. Pese a esto último, no se visualiza que el Gobierno del Estado frene el avance de esta mega obra en los dos enclaves metropolitanos de Michoacán -Uruapan y Morelia- aun cuando existan ya varios amparos promovidos y juicios de nulidad que amenazan con frenarla, al menos desde el discurso gubernamental, los teleféricos van y no se detendrán. Al día de hoy, el proyecto de los teleféricos en Michoacán ha generado poca expectación, ya que los michoacanos, quienes nos hemos acostumbrado a vivir una rutina en la que el tráfico es el pan de cada día, todavía vemos increíble que la modernidad se asome por estos rumbos; pero pese a tales incertidumbres, la realidad es que los teleféricos son un gran paso para una movilidad que llegó tarde, pero llegó. |