Delirio trumpista y debilidad mexicanaJulio Santoyo, 04/02/2025
Morelia, Mich.
Hasta ahora el destino de las relaciones bilaterales con el gobierno de Estados Unidos se puede expresar en una palabra: impredecible. Buscar la racionalidad y encontrar con claridad la lógica de las decisiones políticas de Trump es más que imposible. Su lógica es que no hay lógica, su orden es que tampoco aparece.
Le está declarando la guerra comercial a casi todo el mundo, sus amenazas cruzan el Pacífico y el Atlántico de manera frenética. Debería pensarse en que busca hacer más grande a Estados Unidos, pero sus decesiones estrangulan por igual al comercio de las empresas de su país que al de las naciones sancionadas.
Con sus órdenes ejecutivas está haciendo añicos el tratado comercial del mercado más grande del mundo sin que hasta ahora se conozcan los términos de un nuevo entendimiento ni con los socios del T-mec ni con los socios del resto del mundo.
Si su guerra comercial tiene como fin imponer la hegemonía comercial absoluta de las empresas de su país, barriendo con las economías que le son competitivas, la osadía puede terminar más allá de un conflicto comercial y puede incentivar alianzas adversas y otra configuración de mercados, entre economías acosadas y excluidas.
Quien haya dicho que el retorno del demencial Trump no significaba algo nuevo porque sus desatinos ya eran conocidos, se equivocó. Quien asumió que todo el estilo trumpista de relacionarse se sintetizaba en el cálculo estratégico de amenazar-doblegar-ganar, se quedó limitado.
Ahora nos ha demostrado que es capaz de hacer pagar a sus propios electores y a sus propios aliados plutócratas un alto precio en términos de bienestar y de ganancias a cambio de un protagonismo político, hasta ahora sin visos de éxito evidente.
Habrá de reconocerse que Trump no admite clasificación fácil entre los prototipos de los políticos conocidos, es más clara su clasificación como sujeto con afectaciones mentales evidentes. Y por esta razón resulta potencialmente peligroso para el destino de los estadounidenses y del mundo entero por el poder que ejerce a través de su frenética pluma que no se cansa de firmar ordenes ejecutivas.
El estilo de Trump, sin embargo, es altamente compatible con el de los liderazgos populistas que han crecido como hongos en la primera década del siglo XXI y que hoy gobiernan una gran cantidad de naciones poderosas y que se cobijan tanto con banderas izquierdistas como derechistas.
Populistas que coinciden en asumirse como mesías salvadores, en usar la idea de pueblo como panacea justificativa, en centralizar glotonamente el poder en personajes carismáticos, en despreciar, anular o someter los poderes legislativos y judiciales, en asumir compulsivamente ideologías fanatizantes para ganar la batalla cultural, en crear nuevas élites gobernantes ineficaces para gobernar, pero muy buenas para el control corporativo.
No es extraño que Trump se haya rodeado de los más grandes capitalistas de su país y con ellos esté decidiendo el contenido de su política. Su gobierno es una plutocracia, y si puede encontrarse algún atisbo de lógica en su fiebre arancelaria es que con ella pretende proteger e incrementar la riqueza de esta élite, aunque sus electores deban pagar la inflación que pueda generar con ello. Trump quiere el mundo para sus plutócratas y la subordinación de los otros, aunque ello implique una ruta clara de colisión que puede ir más allá de lo comercial.
La mejor manera en que una nación puede hacer frente a un energúmeno como este es la fortaleza de sus instituciones y en particular de su estado de derecho, la cohesión de su sociedad, la eficiencia y eficacia de su gobierno, y sobre todo que no tenga cola que le pisen y que sirva de pretexto para legitimar políticas externas.
Para nuestra desfortuna México aparece en el escenario de esta crisis internacional en condiciones de profunda y peligrosa debilidad. Nuestras instituciones han sido debilitadas en los últimos años, el Estado de Derecho francamente está a la deriva, la cohesión social ha sido quebrada por la consigna oficialista maniquea de buenos y malos, y el régimen arrastra una infame cola de vínculos con los cárteles de la droga imposibles de ocultar y que han minado la confianza sociedad-gobierno.
Para el caso de los aranceles México ha sido un violador consuetudinario de ese tratado comercial. Por ejemplo, ha violado el capítulo 24 referido a evitar la deforestación en los productos que se exportan; esta haciendo pedazos la independencia del poder judicial que es condición imprescindible para garantizar la inversión extranjera, entre otras.
El gobierno de Trump ha concedido 30 días antes de imponer aranceles. Serán días difíciles para el gobierno mexicano porque uno de los argumentos arrojados al rostro de Sheinbaum ha sido durísimo, acusa al gobierno de México de "tener una alianza con los carteles (de la droga) y poner en peligro la seguridad nacional y la salud pública de Estados Unidos".
El delirio no tiene lógica ni razón y desde ahí gobierna Trump. Lo único cierto es su impredecibilidad. Pero también lo único cierto para México es que debe limpiar todos los niveles de gobierno de narco políticos y debe combatir frontalmente a los carteles que desde hace décadas practican el terrorismo en el país; que tiene que detener la denigrante elección por tómbola de candidatos al poder judicial y garantizar su independencia efectiva; y, que debe replantear de manera justa y congruente los términos de la revisión del T-mec para cuando esto ocurra, que puede ser antes del 2026.