Confesión de minoría.

Confesión de minoría.
MAS DE POLITICA

Políticos, entre el servilismo y la corrupción.

Los artículos transitorios.

Se llama Andy

Cuando el afán de poder corrompe.

43 senadores.
  
SEP
13
2024
Julio Santoyo Morelia, Mich. No me debería sorprender, desde que eché mi mirada a la vida política de mi país a principios de los 70, mi visión fue de la minoría.
Cuestioné el régimen de partido de estado casi único. Mi primer voto fue opositor y cuando hubo un solo candidato fue nulo. Las mayorías celebraron una y otra vez la victoria aplastante de la revolución hecha gobierno, eso me repugnaba. El pensamiento único es abominable.
Nunca acepté el poder monárquico del presidente en turno y su control sobre un abyecto poder legislativo y judicial que siempre cumplían los banales caprichos narcisistas y autoritarios del presidente. Prefiero la deliberación de las razones antes que la iluminación de los caudillos.
Siempre consideré una aberración el uso de los recursos del estado (públicos) para comprar a los electores, sobre todo a los más necesitados porque ahí no hay promoción de la libertad hay sumisión por hambre.
Primero creí a pie juntillas que el cambio habría de llegar por la vía de las armas cobijado por una teoría revolucionaria, que el totalitarismo priista no dejaba otra alternativa.
Pero fue cobrando forma la vía de las urnas para disputarle el poder al ogro. La reforma política abrió la cámara de diputados a la representación proporcional y entraron algunas minorías, eso iluminó el horizonte democratizador a pesar de la subordinación del organismo electoral al presidente. Fueron muchos años de derrotas siempre confinado a la minoría.
En los 90 el horizonte pintaba tonos de esperanza. Se nos vino encima la caída del muro de Berlín y la toma de conciencia tardía sobre los gulags, las purgas genocidas de los partidos únicos y el fracaso económico del último relato que pretendió ser libertario y resultó peor, distópico. Hubo entonces orfandades que hoy se asoman resentidas en la cabeza delirante de los nuevos ogros. Los perseguidos de ayer son los perseguidores de hoy.
Tomó fuerza entre las minorías el discurso de la democracia como la vía para echar a los autoritarios del partido casi único, a los militaristas diazordacistas, a los corruptos nepotistas, a los populistas portillistas, a los represores echeverristas, a los insensibles y despóticos salinistas, a los tecnócratas de la madridistas, a los cómplices del crimen organizado.
Desde la minoría nacional se prefiguró una transición de casi treinta años para acotar el poder de un solo hombre: reconocimiento de la pluralidad y las minorías, el diálogo y el consenso como instrumento para ejercer la política, organismos independientes para delimitar el poder insaciable del ogro, independencia del organismo electoral que evitara otro 6 de julio del 88 y que garantizara elecciones equitativas, limpias y alternancia plural en el poder.
Una y otra vez desde la minoría se habló, pero no se escuchó, sobre la importancia de una reforma integral del Estado para evitar el retroceso y garantizar una normalidad democrática fincada en instituciones autónomas y ciudadanas y no en la voluntad caprichosa de un solo hombre porque preferimos un gobierno de leyes antes que al gobierno de las personas.
Esa minoría, que era liberal, juarista, democratizante, republicana, federalista, y hasta marxista, maoísta y trotskista, advertía de la importancia de la división de poderes como condición imprescindible para contener el deseo de poder absoluto de los presidentes. La minoría buscaba una sociedad abierta frente a una sociedad cerrada y tribal.
La anécdota histórica de un López de Santana dictatorial, de un Porfirio Díaz tiránico, de un Calles y su Maximato, fueron recursos didácticos explicados para no repetir lo que tanto sufrimiento, muerte, odio, división y atraso ocasionaron a los mexicanos a lo largo de dos siglos.
Y cuando se narró ꟷy muchos ingenuos lo creyeronꟷ que se había llegado a la etapa superior del desarrollo democrático y la transformación, llegó la regresión disfrazada de redención mesiánica y haciendo uso de los viejos pero mejor aceitados instrumentos del régimen setentero aniquilaron 30 años de transición y restablecieron el narcisismo presidencial, el clientelismo electorero, la demagogia fatua y antiintelectualista, la eliminación de órganos autónomos y anularon la división de poderes como regalo de fin de sexenio al nuevo ogro y jefe máximo. Otra vez la minoría fue derrotada.
Como en los años 70 seguiré con mi visión de minoría, cuestionando al poder, como debe hacerlo todo demócrata que se precie de serlo, sea ese poder del color que fuere, así se venda como divino o pagano, dueño de la verdad revelada o se asuma como mortal purificado. Al poder siempre se le debe contener si no queremos terminar asfixiados por su anhelo infinito de controlarlo todo.
Han engañado con la narrativa de que avanzamos hacia el progreso de la historia. ¡Falso!, el ogro nos ha regresado, y esto es lo más penoso, con el apoyo de las mayorías electorales ganadas con dinero en efectivo de programas sociales y un discurso fanatizante fundado en el odio y la posverdad, hasta el régimen colonial en donde no había división de poderes. Conforme al dictamen aprobado el ogro tendrá en sus manos la elección de magistrados y jueces, como los virreyes.
La constitución de 1824, quien lo hubiera pensado, se convierte en el siglo XXI mexicano en la bandera para recuperar la división efectiva de poderes conquistada hace dos siglos.
No me siento extraño de estar en la minoría que el ogro abomina. Por el contrario, confieso que he sentido cierta incomodidad cuando mi opinión coincide con el de las mayorías. Siempre he creído que cuando se discute sobre el poder y se coincide demasiado hay algo de anormal en ello, porque lo normal debería ser la discrepancia y no la coincidencia abrumadora. Donde todos piensan igual en realidad es porque se pienso poco y es porque el poder del ogro ha hecho su trabajo homogeneizador y de manipulación.
La minoría, como actúo durante tantas décadas del silgo pasado y del presente, tendrá que fundar su propia resistencia, porque eso es lo que sigue, resistir, organizar y dar la pelea, aunque los años mermen nuestras fuerzas.
Más de 54 años de persistir ya se hizo costumbre resistir, y así será. Creo en un México de libertades y por eso habrá que seguir.


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