La tiranía de la mayoría

La tiranía de la mayoría
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Los sublevados
  
SEP
17
2025
Alejandro Vázquez Cárdenas Uruapan, Mich. La democracia suele presentarse como el modelo político más justo, aquel que garantiza igualdad y participación. Sin embargo, desde sus orígenes se advirtió un riesgo latente: que la voluntad de la mayoría, en lugar de salvaguardar la libertad, termine aplastando los derechos de las minorías. A esta distorsión se le conoce como la tiranía de la mayoría, y constituye una de las amenazas más peligrosas para la esencia misma de la democracia.


Alexis de Tocqueville, en La democracia en América, fue quien popularizó el término. Observó que en Estados Unidos existía un sistema de libertades, pero al mismo tiempo notó cómo la opinión pública podía ser tan opresiva como un dictador. Para él, cuando la mayoría impone sus prejuicios, creencias o intereses, los individuos disidentes quedan silenciados, condenados al aislamiento o incluso perseguidos.

El problema no era nuevo. Ya Platón, en su crítica a la democracia ateniense, advertía que el gobierno de la multitud podía degenerar en anarquía, y finalmente en tiranía. La ejecución de Sócrates es un ejemplo perfecto ; la mayoría, cegada por prejuicios, decidió la muerte de un hombre incómodo, no por sus crímenes, sino por sus ideas.

El peligro de la tiranía de la mayoría radica en su disfraz: se presenta como una decisión legítima porque surge de la voluntad popular. Pero que algo sea votado no significa que sea justo. Hitler llegó al poder por vías legales en la Alemania de 1933; Chávez en Venezuela fue electo democráticamente antes de liquidar el pluralismo político. La historia muestra que el voto puede ser utilizado como arma de opresión.

La mayoría, embriagada de su poder numérico, suele olvidar que la democracia no se reduce a contar votos, sino que implica un respeto irrestricto a las libertades individuales, a los derechos humanos y al Estado de derecho. Cuando esos contrapesos desaparecen, la mayoría se transforma en un Leviatán que aplasta a quien disiente.

Hoy vemos cómo esta tiranía se reproduce en distintas formas:



Populismos latinoamericanos, donde una mayoría da legitimidad al desmantelamiento de las instituciones con tal de sostener a un caudillo. En México, bajo la llamada "4T", el discurso de las mayorías ha servido para destruir o cooptar a órganos autónomos , al Poder Judicial y a la prensa crítica. Referéndums manipulados, como el del Brexit, donde un electorado mal informado fue arrastrado por emociones nacionalistas y fake news, con consecuencias que aún pesan sobre la economía británica. Mayorías religiosas o ideológicas, que en países como Turquía o Irán subordinan los derechos individuales , especialmente de mujeres y minorías, a una moral colectiva impuesta. El común denominador es la confusión entre democracia y plebiscito: se cree que el voto de la mayoría es suficiente para legitimar cualquier abuso.

Cuando se permite que la mayoría actúe sin límites, las democracias se convierten en dictaduras disfrazadas. La pluralidad desaparece, el disenso se criminaliza y la sociedad pierde su diversidad. Además, la tiranía de la mayoría genera polarización: divide a los ciudadanos entre "legítimos" y "enemigos", entre "patriotas" y "traidores".

El resultado es devastador: sociedades incapaces de dialogar, instituciones sometidas al capricho de mayorías circunstanciales y, finalmente, un deterioro de la calidad de vida. La mayoría no siempre es sabia; con frecuencia se deja arrastrar por el miedo, el resentimiento o la ignorancia.

El antídoto contra este mal no es renunciar a la democracia, sino fortalecerla. Algunas medidas son imprescindibles: Constituciones sólidas y no manipulables, que establezcan derechos inalienables al margen de cualquier votación. Contrapesos reales, como cortes constitucionales, organismos autónomos y prensa libre, que limiten la arbitrariedad de la mayoría. Educación cívica crítica, que enseñe a los ciudadanos que democracia no significa simplemente "ganar elecciones". Protección efectiva a las minorías, porque la verdadera medida de una democracia no está en cómo trata a la mayoría, sino en cómo respeta a quienes disienten. Todas son excelente propuestas, pero en nuestra realidad son prácticamente utópicas, irrealizables.

La tiranía de la mayoría es el cáncer de la democracia . Si no se reconoce este peligro, la democracia puede convertirse en su propia enemiga, un verdugo legitimado por los números.

La democracia no se justifica por la voz de la mayoría, sino por la protección de la libertad de todos. La pregunta es clara: ¿queremos un sistema que solo cuente votos o un orden político que garantice justicia, pluralidad y dignidad? La respuesta define no solo el presente, sino el futuro de nuestras sociedades.



Alejandro Vázquez Cárdenas





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